30 septiembre, 2012

NICOLE KRAUSS







LA GRAN CASA
Nicole Krauss.

Traducción: Rita da Costa
Editorial Salamandra.
B. Septiembre 2012.
348 pp.

ISBN: 978-84-9838-479-6





Hace bastante tiempo que no huello con mis palabras estas páginas.


No es que, entretanto, no hayan cruzado mi camino libros que mereciesen la pena ser reseñados, no.

La vida diaria, la cotidianidad (palabreja que es tan de mi gusto) exige su tributo y a ella, por desgracia, nos rendimos mecidos en su suave corriente y adormecidos por las leves exigencias que de nosotros requiere y que, posiblemente, sean el engaño o el refugio-excusa perfecto del perezoso. El río de la vida considerado en sus meandros más amplios y plácidos.

Pero hay días en los que, al despertar, el alma te denuncia tu actuación, te enfrenta a ti mismo y a tu nula proyección, te saca los colores y te avergüenza. Te exige que, como Lázaro, te levantes y andes. Aunque sea a pasitos cortos, renqueando.

Hoy acabé esta obra, “LA GRAN CASA”, de Nicole Krauss.

Me pido a mí mismo, me exijo, una sesuda y brillante reseña, pero no puedo.

Por un lado, el mero hecho de la presencia física de un libro, nuevo, recién parido por la imprenta, con ese perceptible aroma que desprenden los libros nuevos, bien encolado y bien guillotinado, me induce un respeto que podría traducir en una especie de crítica positiva sin más razones que el culto que a tales objetos me enseñaron.

Por otro, no obstante, su propio aspecto inmaculado me provoca y, de poder, desentrañaría todos los misterios que sin duda oculta; me vengaría, desmembrándolo, del autor que ha pretendido confundirme sin conocerme.

¿Bueno o malo? Otro dilema, porque a mí los libros no me los mandan las editoriales en busca de laudos, ni como de comentarios positivos que aumenten ventas.

Yo elijo minuciosamente qué libros comprar. Medito sobre el tema, selecciono, confecciono una lista que obtengo de críticas, suplementos literarios, blogs de otros como yo y de mis propios gustos, me desplazo casi cien kilómetros (sí, querido, querida, casi cien kilómetros ya que aunque vivo en una ciudad de 120.000 habitantes, no hay en ella una librería que pueda preciarse de tal), elijo despacio, pago un pastón en caja (¡por cierto, que hay que ver al precio que se han puesto los libros! Aún recuerdo el primer libro que compré, hace muchos años, con mis ahorros y que aún tengo en mi biblioteca. Reza en su contraportada “PVP 60 ptas” ¡40 céntimos de hoy! Me he perdido en el camino y no sé dónde). Y después de tan dificultoso proceso de adquisición, ¿cómo hacer una crítica negativa de un libro? Sería tanto como criticarme a mí mismo, a mi método y a mi criterio personal. Así que a pesar de que haya obras que no me gusten, siempre me he negado a reconocer mis equivocaciones en este mundillo. Igual otro día.

Y ahora me centraré en el libro por el que estoy aquí. Igual no acierto, pero ya que la literatura tiene alas y vuela por donde quiere, ¿por qué no puedo yo hacer lo mismo?

En un primer intento, si uno busca referencias en la Red, encontrará múltiples páginas que se repiten tediosamente, que cambian tres palabras y el orden de algunas frases, por lo que la navegación para descubrir algo sobre la obra se transforma en un tartamudeo informático que repite, a golpe de ratón, la misma secuencia de ceros y unos imaginarios, salpicando la pantalla con ventanas publicitarias que se abren a cada instante.

Pocas páginas web ofrecerán algo distinto, una variación que elimine la impresión de caminar en círculo sin llegar a ningún lado, que aporten luces, que abran tu entendimiento, que amplíen tu conocimiento de la obra, de su autora y de sus circunstancias. Podría recomendar algunas de las que he visitado, pero eso lo dejo al albedrío de cada cual.

Sí es cierto que al leer las entrevistas que se hacen a la autora me queda una rara sensación. Dice lo que cree, cree en lo que dice, pero percibo como si faltara algo, una cierta divagación y cierto intento de interesar sin querer dañar, como buscando el beneplácito del que en ese momento la lee. Pero no me hagáis mucho caso. Es una sensación muy personal.

Podría, como la misma Nicole apunta, hacer una reseña estilo americano: resumir la narración en cinco minutos es fácil.

Pero no lo haré.

Siempre he pensado que en la mayoría de las obras, como en un acertijo, su título nos ofrecía en parte la clave para desentrañar su inherente misterio. Por eso siempre me desconcertó el que una obra traducida, por causa de un desconocido juego de traducciones, ofreciese en español un título que ni de lejos recogía la intención del título original. Era como si me robaran una de las piezas del rompecabezas, y no era justo.

Pues bien, en este caso el título, la pieza, está.

Y la misma autora nos explica de boca del propio Weisz, uno de los motores del libro, el por qué del título: La escuela de Ben Zakai, conocida como la Gran Casa, convirtió Jerusalén en una idea de la que todo judío es portador desde entonces, al menos en uno de sus fragmentos. Si se reunieran los recuerdos de todos los judíos, si volvieran a formar una unidad, volvería a levantarse un recuerdo tan perfecto de la Casa que sería, en esencia, la original, aquella que consumió el fuego en Jerusalén, junto al Templo y todas las casas.

La obra en sí recoge la existencia de varios protagonistas en torno a una idea: un escritorio omnipresente, físico, es a la vez esa Gran Casa escuela de pensamiento. Aúna los recuerdos y las vivencias de unos y otros en torno a él y, en cierto modo, justifica vidas y acciones de los personajes. A su vez, un misterioso cajón cerrado nos evoca la creación y la existencia de un ideal, de una idea, que subyace encerrada en ese espacio. Y toda la novela se va creando en torno a ese mueble, a ese Templo desaparecido, recreado y, por lo tanto, real.

En otro plano más sencillo, como la autora expresa, “la parte más relevante de la vida de un escritor es su escritorio. Con el tiempo, en la construcción de la novela, ese escritorio se fue haciendo más grande y tuve que añadir más y más cajones. Entendí, en tanto que metáfora, lo grande y flexible que podía ser. El escritorio es el lugar en el que una persona tiene que hacer frente a sí misma, rebelarse, representa esa lucha”.

Y en ese plano, el lector, dependiendo de su nivel de exigencia, es libre de establecer el grado de complejidad desde el cual desentrañar la obra.

Por último, me pregunto el por qué la autora incluye, a colación con los sucesivos propietarios del mueble, a García Lorca entre sus posibles poseedores. Incluso con mucha “licencia histórica” sería harto improbable. ¿Por qué me llama la atención ese pequeño detalle? Porque igual que su trayectoria a partir de 1944 sí se molesta la autora en describir con todo detalle me choca la ausencia del mismo con esa extraña afirmación/posibilidad. Lógico que me pregunte entonces a qué viene traer al poeta español a sus páginas. ¿Guiño u oportunismo?

¿Recomendaría el libro? Por supuesto, pero con lógicas reservas. No es “apto para todos los públicos”. Dependiendo del nivel de lectura en el que desees moverte podría entrañar cierta dificultad, nada preocupante que no se solucione con una rápida relectura a posteriori.

05 junio, 2012

LOS MERCADOS DE LIBROS. BARCELONA 1945.

Para el lector:
NO es afán de protagonismo ni falsa modestia.
Mas considero que en casa tengo una hemeroteca que, si no importante, sí cubre mis ansias de curiosidad y mi sed de libro viejo.
Gusto de hojear – y ojear - de vez en cuando un número u otro de cualquiera de las publicaciones que la componen. Y a menudo encuentro un artículo, una gacetilla, que me llama la atención, que me absorbe y que en muchas ocasiones estoy tentado de poner aquí para deleite de los escasos que merodean de vez en cuando por el blog.
Esta vez tampoco me resisto a la tentación.

Con motivo de la Feria del Libro de 1945, la revista DESTINO publica un casi monográfico centrado en el libro. (El mismo número que el del artículo anterior del blog).
Y el artículo que incluyo creo que puede ser del agrado del curioso.
El él, el autor se remonta a la existencia, en 1902, del mercado de santa madrona para pasar después, saltando sobre Los Encantes, al de san Antonio. La curiosidad es que habla de aquel entonces (1945) y recoge en sus líneas un desfile de antiguos libreros con más o menos fama pero que eran bien conocidos de los asiduos de entonces.

Por eso, y sólo por eso, creo que merece la pena leerlo.
Y por eso, naturalmente, lo incluyo en este blog.

(Recomiendo, para su lectura, descargar la fotografía, ampliarla e imprimirla. Creo que merece la pena).

17 febrero, 2012

VIRGINIA WOOLF 1940


Tarde de frío.
Decido revisar y ordenar parte de mi hemeroteca y me topo con la colección del semanario DESTINO. Repaso, leo, observo y me deleito poco a poco en un viaje por la Historia de los años 40.
En el número especial de la "Fiesta del Libro" - entonces aún no era "Día" - nº 405 del 21 de abril de 1945 se recoge, traducido un artículo que V.W. envió, en pleno "Blitz", bajo las bombas, a una revista americana.
Muy en su línea, la que originó en los años 60 el boom del feminismo militante, ya cuestiona ciertos papeles de la mujer en un mundo en guerra.
Casi 5 años después, el semanario español, para mi sorpresa teniedo en cuenta los tiempos que entonces corren, edita el artículo en cuestión.
Lógicamente, como curiosidad, literaria y socialmente, no me resisto a transcribirlo "para la efímera posteridad".

“Creemos de positivo interés literario dar a nuestros lectores uno de los últimos trabajos de Virginia Woolf, escrito pocos meses antes de su muerte, en la época de los bombardeos más intensos sufridos por Londres. Pocos pueden imaginarse a la finísima autora de “Flush” experimentando las angustiosas sensaciones de un “raid” enemigo sobre los tejados de Londres. ¿Qué podía pensar esta mujer excepcional durante esos momentos? Este artículo, enviado por ella a Norteamérica, nos lo dirá:





PENSAMIENTOS SOBRE LA PAZ DURANTE UN “RAID” AÉREO.

Los alemanes estuvieron aquí encima anoche y anteanoche. Aquí están otra vez. Qué sensación tan extraña, estarse tendida en la oscuridad oyendo el zumbido de un abejorro que puede traer la muerte en su aguijón. Es un ruido que interrumpe cualquier meditación continua y sosegada sobre la paz. Sin embargo es un ruido que – mucho más que las plegarias y los himnos – debería llevarnos a pensar sobre la paz. A no ser que pensemos en la paz, todos - no sólo este cuerpo determinado que se encuentra ahora en esta cama – todos seguiremos yaciendo en la misma oscuridad y oyendo el mismo tableteo mortal sobre nuestras cabezas. Pensemos en lo que podemos hacer para crear el único refugio eficaz contra los aviones, pensemos en ello mientras los cañones de la colina siguen con su “pop, pop, pop” y los reflectores apuntan, como enormes dedos, hacia las nubes, y mientras, de cuando en cuando, cae alguna bomba, a veces muy cerca y otras allá lejos.
Arriba, en el cielo, luchan jóvenes ingleses contra jóvenes alemanes. Los defensores son hombres, y hombres son los atacantes. A la mujer inglesa no se le dan armas para defenderse ni para atacar al enemigo. Tiene que yacer inerme esta noche. Sin embargo, si está convencida de que la lucha que se desarrolla en el cielo es una lucha por la cual quieren los ingleses proteger su libertad y por la que intentan destruirla los alemanes, debe luchar la mujer como pueda, al lado de los ingleses. ¿Hasta qué punto podrá luchar sin armas de fuego por la libertad? Pues fabricando armas, vestimenta o alimentos. Pero hay otra manera de luchar por la libertad sin necesidad de armas: podemos luchar con la mente. Podemos “fabricar” ideas que ayuden al joven inglés que se bate ahora en el cielo para derrotar al enemigo.
Pero, si deseamos que nuestras ideas sean eficaces, hemos de poder dispararlas. Hemos de ponerlas en acción. Y el abejorro del cielo despierta a otro abejorro en nuestro espíritu. Esta mañana había un zumbido en el “Times”… una voz de mujer que decía: “A las mujeres no se les deja decir ni una palabra en la política”. En el Gobierno no hay ninguna mujer; tampoco las hay en ningún puesto de responsabilidad. Todos los creadores de ideas que se hallan en condiciones de llevarlas a la práctica, son hombres. Pensar en esto nos desanima; con ello se fomenta la irresponsabilidad. ¿No es preferible hundir la cabeza en la almohada, taponarse los oídos e interrumpir esa actividad mental, puesto que es tan estéril? No, no podemos interrumpirla, porque existen otras mesas, aparte de las mesas oficiales y de las que reúnen a su alrededor las grandes conferencias. Si cesamos de pensar “privadamente”, si dejamos de pensar junto a la mesa del té, porque pueda parecernos inútil tal actividad de nuestro pensamiento, ¿no habremos dejado con ello al joven inglés sin un arma que puede serle muy valiosa? “No dejaré de luchar mentalmente”, escribió Blake. La lucha mental significa pensar contra corriente, no a favor de ella.
Esta corriente fluye con fuerza impetuosa. Brota torrencialmente de los altavoces y de los políticos. Cada día nos dicen que somos un pueblo libre que lucha en defensa de la libertad. Ese torbellino, esa impetuosa corriente, es lo que ha levantado al joven aviador hasta ese cielo, y la fuerza de la corriente lo mantiene ahí girando entre las nubes. Aquí abajo, con un tejado para cubrirnos y una careta antigás a mano, es nuestra obligación coser las bolsas de las caretas y descubrir semillas de verdades. No es cierto que seamos libres. Tanto nosotras como él somos esta noche unos prisioneros. Él, encerrado en su aparato con una ametralladora al alcance de su mano; nosotras, tendidas en la obscuridad con una careta antigás al alcance de la mano. Si fuéramos libres, estaríamos ahí fuera, al aire libre, o bailando, o en el teatro o asomadas a la ventana, charlando. ¿Quién nos impide hacerlo? “¡Hitler!”, gritan todos los altavoces a la vez. ¿Quién es Hitler? ¿Qué significa? Agresión, tiranía, desatentado afán de poder, nos replican. Destruid esto, y seréis libres.
El zumbido de los aeroplanos es ahora como si aserrasen una rama ahí encima. Gira, y gira, aserrando sin cesar la rama sobre esta casa. Otro sonido se abre paso en nuestro cerebro, también con ruido de sierra: “Mujeres de grandes aptitudes se hallan inmovilizadas a causa del hitlerismo subconsciente que existe en el corazón de los hombres”. Esto lo decía Lady Astor en el “Times” esta mañana. Desde luego, estamos inmovilizadas. Esta noche somos tan prisioneros los ingleses es sus aviones como las inglesas en nuestras camas. Pero si ellos se detienen un rato a pensar, los matarán; y nosotras también. Por eso, más vale que pensemos nostras por ellos. Tratemos de sacar a lo consciente ese hitlerismo subconsciente por cuya culpa estamos inmovilizadas. Es el afán de agresión, el deseo de dominar y de esclavizar. Hasta en la obscuridad podemos verlo ahora. Podemos ver los escaparates deslumbrantes; y las mujeres, mirando los escaparates; unas mujeres pintadas, llamativamente vestidas, mujeres con labios carmesíes y uñas también carmesíes. Son esclavas que intentan esclavizar. Si pudiéramos librarnos de nuestra esclavitud, libraríamos a los hombres de la tiranía. Los tiranos nacen de los esclavos.
Cae una bomba. Retiemblan todas las ventanas. Los cañones antiaéreos entran en actividad. Allá arriba, en la colina, se esconden los cañones bajo una red recubierta con jirones de tela verde y marrón para imitar las tonalidades de las hojas otoñales. Todos los cañones disparan a la vez. La radio nos dirá, a las nueve: “Cuarenta y cuatro aviones enemigos fueron derribados durante la noche pasada, diez de ellos por fuego antiaéreo”. Y una de las consecuencias de la paz, nos dicen los altavoces, será el desarme. No habrá más cañones, no habrá Ejército, ni Marina, ni Aviación en lo futuro. No se entrenará a los jóvenes para que sepan luchar. Todo esto despierta en nuestra mente a otro abejorro, otra cita: “Luchar contra un enemigo importante, ganar honor y gloria imperecederos disparando contra extranjeros, volver al hogar con mi pecho cubierto de medallas, esta era mi máxima ambición…A esto habían tendido mi educación, mi entrenamiento, mi vida entera…”
Son palabras de un joven inglés que luchó en la guerra pasada. Después de leerlas ¿creen sinceramente los pensadores corrientes que les bastará con escribir la palabra “Desarme” en una hoja de papel cuando se hallen reunidos alrededor de una mesa de conferencias? Puede desaparecer la ocupación de Otelo, pero Otelo quedará. No sólo conducen a ese joven aviador que lucha ahí arriba las palabras de los altavoces; lo mueven también sus voces interiores: antiguos instintos, instintos fomentados y mimados por la educación y la tradición. ¿Pueden recriminársele estos instintos? ¿Podríamos extirpar, por ejemplo, el instinto maternal por las órdenes de un conferencia de políticos? Supongamos que una de las cláusulas de la paz fuese: “Sólo podrán tener hijos un limitadísimo número de mujeres especialmente seleccionadas”. ¿Os someteríais? ¿No diríamos: “El instinto maternal es lo que glorifica a la mujer. A esto ha tendido mi educación, mi vida entera…”? Pero si fuera necesario, en bien de humanidad, por la paz del mundo, que se restringiera la procreación, que se ahogara el instinto maternal, las mujeres lo intentaríamos. Los hombres las ayudarían en este propósito.
Una labor parecida debe formar parte de nuestra lucha por la libertad. Debemos ayudar a los jóvenes ingleses a desarraigar de ellos su amor por las medallas y las condecoraciones. Debemos crear actividades más honrosas para los que deseen apagar en ellos su instinto de lucha, su hitlerismo subconsciente. Debemos compensarle al hombre la pérdida de su ametralladora.
Ha aumentado el ruido de la sierra ahí encima. Todos los reflectores se yerguen. Señalan un lugar precisamente sobre este tejado. En cualquier momento puede caer una bomba en esta misma habitación. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… pasan los segundos. No cayó la bomba. Pero, durante esos segundos de angustia, se ha paralizado el pensamiento. Ha cesado todo sentir, a no ser la sensación de un terror indefinible. Un clavo fijaba el ser entero a una dura tabla. Así pues, la emoción del miedo y del odio resulta estéril, infecunda. En cuanto pasa el miedo, revive la mente y trata de crear. Pero como la habitación está a oscuras, sólo puede crear con la memoria. Y recuerda otros agostos – en Bayreuth, oyendo a Wagner; en Roma, paseando por la Campagna; en Londres. Retornan voces amigas. Resurgen fragmentos de poesía. Cada uno de estos pensamientos, aun sin salir de la memoria han resultado más positivos, vivificantes, saludables y creadores que el turbio sentimiento de miedo y odio. Por tanto, si podemos compensar al joven por la pérdida de su gloria y de su ametralladora, tenemos que proporcionarle sentimientos creadores. Debemos crear la felicidad. Hemos de librarnos de la máquina. Tenemos que sacarlo de su cárcel. Pero, ¿qué objeto tiene liberar al joven inglés si el joven alemán y el joven italiano siguen siendo esclavos?
Los reflectores han localizado ya al avión. Desde esta ventana puede verse un pequeño insecto de plata que gira y se retuerce en el aire. Los cañones siguen con su “pop, pop, pop”. Luego se van callando. Posiblemente, el avión cayó detrás de la colina. El otro día, un piloto alemán logró aterrizar, ileso, en un campo cerca de aquí. Dijo a sus capturadores, en bastante buen inglés: “¡Cómo me alegro de que haya terminado la lucha!” Entonces, un inglés le dio un cigarrillo y una inglesa le preparó una taza de té. Esto parece demostrar que, si se libera al hombre de la máquina, la semilla no cae en suelo de roca. Puede ser fructífera esta semilla.
Por fin, todo el cañoneo cesó y todos los reflectores se apagaron. Vuelve la oscuridad normal de una noche de verano. Se oyen de nuevo los sonidos del campo. Una manzana cae al suelo. Un búho va chillando de árbol en árbol.”




(DESTINO. Número dedicado a la Fiesta del Libro. B. 21 de abril de 1945. Nº 405).