LA GRAN CASA
Nicole Krauss.
Traducción: Rita da Costa
Editorial Salamandra.
B. Septiembre 2012.
348 pp.
ISBN: 978-84-9838-479-6
Hace bastante tiempo que no huello con mis palabras estas páginas.
No es que, entretanto, no hayan cruzado mi camino libros que mereciesen la pena ser reseñados, no.
La vida diaria, la cotidianidad (palabreja que es tan de mi gusto) exige su tributo y a ella, por desgracia, nos rendimos mecidos en su suave corriente y adormecidos por las leves exigencias que de nosotros requiere y que, posiblemente, sean el engaño o el refugio-excusa perfecto del perezoso. El río de la vida considerado en sus meandros más amplios y plácidos.
Pero hay días en los que, al despertar, el alma te denuncia tu actuación, te enfrenta a ti mismo y a tu nula proyección, te saca los colores y te avergüenza. Te exige que, como Lázaro, te levantes y andes. Aunque sea a pasitos cortos, renqueando.
Hoy acabé esta obra, “LA GRAN CASA”, de Nicole Krauss.
Me pido a mí mismo, me exijo, una sesuda y brillante reseña, pero no puedo.
Por un lado, el mero hecho de la presencia física de un libro, nuevo, recién parido por la imprenta, con ese perceptible aroma que desprenden los libros nuevos, bien encolado y bien guillotinado, me induce un respeto que podría traducir en una especie de crítica positiva sin más razones que el culto que a tales objetos me enseñaron.
Por otro, no obstante, su propio aspecto inmaculado me provoca y, de poder, desentrañaría todos los misterios que sin duda oculta; me vengaría, desmembrándolo, del autor que ha pretendido confundirme sin conocerme.
¿Bueno o malo? Otro dilema, porque a mí los libros no me los mandan las editoriales en busca de laudos, ni como de comentarios positivos que aumenten ventas.
Yo elijo minuciosamente qué libros comprar. Medito sobre el tema, selecciono, confecciono una lista que obtengo de críticas, suplementos literarios, blogs de otros como yo y de mis propios gustos, me desplazo casi cien kilómetros (sí, querido, querida, casi cien kilómetros ya que aunque vivo en una ciudad de 120.000 habitantes, no hay en ella una librería que pueda preciarse de tal), elijo despacio, pago un pastón en caja (¡por cierto, que hay que ver al precio que se han puesto los libros! Aún recuerdo el primer libro que compré, hace muchos años, con mis ahorros y que aún tengo en mi biblioteca. Reza en su contraportada “PVP 60 ptas” ¡40 céntimos de hoy! Me he perdido en el camino y no sé dónde). Y después de tan dificultoso proceso de adquisición, ¿cómo hacer una crítica negativa de un libro? Sería tanto como criticarme a mí mismo, a mi método y a mi criterio personal. Así que a pesar de que haya obras que no me gusten, siempre me he negado a reconocer mis equivocaciones en este mundillo. Igual otro día.
Y ahora me centraré en el libro por el que estoy aquí. Igual no acierto, pero ya que la literatura tiene alas y vuela por donde quiere, ¿por qué no puedo yo hacer lo mismo?
En un primer intento, si uno busca referencias en la Red, encontrará múltiples páginas que se repiten tediosamente, que cambian tres palabras y el orden de algunas frases, por lo que la navegación para descubrir algo sobre la obra se transforma en un tartamudeo informático que repite, a golpe de ratón, la misma secuencia de ceros y unos imaginarios, salpicando la pantalla con ventanas publicitarias que se abren a cada instante.
Pocas páginas web ofrecerán algo distinto, una variación que elimine la impresión de caminar en círculo sin llegar a ningún lado, que aporten luces, que abran tu entendimiento, que amplíen tu conocimiento de la obra, de su autora y de sus circunstancias. Podría recomendar algunas de las que he visitado, pero eso lo dejo al albedrío de cada cual.
Sí es cierto que al leer las entrevistas que se hacen a la autora me queda una rara sensación. Dice lo que cree, cree en lo que dice, pero percibo como si faltara algo, una cierta divagación y cierto intento de interesar sin querer dañar, como buscando el beneplácito del que en ese momento la lee. Pero no me hagáis mucho caso. Es una sensación muy personal.
Podría, como la misma Nicole apunta, hacer una reseña estilo americano: resumir la narración en cinco minutos es fácil.
Pero no lo haré.
Siempre he pensado que en la mayoría de las obras, como en un acertijo, su título nos ofrecía en parte la clave para desentrañar su inherente misterio. Por eso siempre me desconcertó el que una obra traducida, por causa de un desconocido juego de traducciones, ofreciese en español un título que ni de lejos recogía la intención del título original. Era como si me robaran una de las piezas del rompecabezas, y no era justo.
Pues bien, en este caso el título, la pieza, está.
Y la misma autora nos explica de boca del propio Weisz, uno de los motores del libro, el por qué del título: La escuela de Ben Zakai, conocida como la Gran Casa, convirtió Jerusalén en una idea de la que todo judío es portador desde entonces, al menos en uno de sus fragmentos. Si se reunieran los recuerdos de todos los judíos, si volvieran a formar una unidad, volvería a levantarse un recuerdo tan perfecto de la Casa que sería, en esencia, la original, aquella que consumió el fuego en Jerusalén, junto al Templo y todas las casas.
La obra en sí recoge la existencia de varios protagonistas en torno a una idea: un escritorio omnipresente, físico, es a la vez esa Gran Casa escuela de pensamiento. Aúna los recuerdos y las vivencias de unos y otros en torno a él y, en cierto modo, justifica vidas y acciones de los personajes. A su vez, un misterioso cajón cerrado nos evoca la creación y la existencia de un ideal, de una idea, que subyace encerrada en ese espacio. Y toda la novela se va creando en torno a ese mueble, a ese Templo desaparecido, recreado y, por lo tanto, real.
En otro plano más sencillo, como la autora expresa, “la parte más relevante de la vida de un escritor es su escritorio. Con el tiempo, en la construcción de la novela, ese escritorio se fue haciendo más grande y tuve que añadir más y más cajones. Entendí, en tanto que metáfora, lo grande y flexible que podía ser. El escritorio es el lugar en el que una persona tiene que hacer frente a sí misma, rebelarse, representa esa lucha”.
Y en ese plano, el lector, dependiendo de su nivel de exigencia, es libre de establecer el grado de complejidad desde el cual desentrañar la obra.
Por último, me pregunto el por qué la autora incluye, a colación con los sucesivos propietarios del mueble, a García Lorca entre sus posibles poseedores. Incluso con mucha “licencia histórica” sería harto improbable. ¿Por qué me llama la atención ese pequeño detalle? Porque igual que su trayectoria a partir de 1944 sí se molesta la autora en describir con todo detalle me choca la ausencia del mismo con esa extraña afirmación/posibilidad. Lógico que me pregunte entonces a qué viene traer al poeta español a sus páginas. ¿Guiño u oportunismo?
¿Recomendaría el libro? Por supuesto, pero con lógicas reservas. No es “apto para todos los públicos”. Dependiendo del nivel de lectura en el que desees moverte podría entrañar cierta dificultad, nada preocupante que no se solucione con una rápida relectura a posteriori.