Tarde de frío.
Decido revisar y ordenar parte de mi hemeroteca y me topo con la colección del semanario DESTINO. Repaso, leo, observo y me deleito poco a poco en un viaje por la Historia de los años 40.
En el número especial de la "Fiesta del Libro" - entonces aún no era "Día" - nº 405 del 21 de abril de 1945 se recoge, traducido un artículo que V.W. envió, en pleno "Blitz", bajo las bombas, a una revista americana.
Muy en su línea, la que originó en los años 60 el boom del feminismo militante, ya cuestiona ciertos papeles de la mujer en un mundo en guerra.
Casi 5 años después, el semanario español, para mi sorpresa teniedo en cuenta los tiempos que entonces corren, edita el artículo en cuestión.
Lógicamente, como curiosidad, literaria y socialmente, no me resisto a transcribirlo "para la efímera posteridad".
“Creemos de positivo interés literario dar a nuestros lectores uno de los últimos trabajos de Virginia Woolf, escrito pocos meses antes de su muerte, en la época de los bombardeos más intensos sufridos por Londres. Pocos pueden imaginarse a la finísima autora de “Flush” experimentando las angustiosas sensaciones de un “raid” enemigo sobre los tejados de Londres. ¿Qué podía pensar esta mujer excepcional durante esos momentos? Este artículo, enviado por ella a Norteamérica, nos lo dirá:
PENSAMIENTOS SOBRE LA PAZ DURANTE UN “RAID” AÉREO.
Los alemanes estuvieron aquí encima anoche y anteanoche. Aquí están otra vez. Qué sensación tan extraña, estarse tendida en la oscuridad oyendo el zumbido de un abejorro que puede traer la muerte en su aguijón. Es un ruido que interrumpe cualquier meditación continua y sosegada sobre la paz. Sin embargo es un ruido que – mucho más que las plegarias y los himnos – debería llevarnos a pensar sobre la paz. A no ser que pensemos en la paz, todos - no sólo este cuerpo determinado que se encuentra ahora en esta cama – todos seguiremos yaciendo en la misma oscuridad y oyendo el mismo tableteo mortal sobre nuestras cabezas. Pensemos en lo que podemos hacer para crear el único refugio eficaz contra los aviones, pensemos en ello mientras los cañones de la colina siguen con su “pop, pop, pop” y los reflectores apuntan, como enormes dedos, hacia las nubes, y mientras, de cuando en cuando, cae alguna bomba, a veces muy cerca y otras allá lejos.
Arriba, en el cielo, luchan jóvenes ingleses contra jóvenes alemanes. Los defensores son hombres, y hombres son los atacantes. A la mujer inglesa no se le dan armas para defenderse ni para atacar al enemigo. Tiene que yacer inerme esta noche. Sin embargo, si está convencida de que la lucha que se desarrolla en el cielo es una lucha por la cual quieren los ingleses proteger su libertad y por la que intentan destruirla los alemanes, debe luchar la mujer como pueda, al lado de los ingleses. ¿Hasta qué punto podrá luchar sin armas de fuego por la libertad? Pues fabricando armas, vestimenta o alimentos. Pero hay otra manera de luchar por la libertad sin necesidad de armas: podemos luchar con la mente. Podemos “fabricar” ideas que ayuden al joven inglés que se bate ahora en el cielo para derrotar al enemigo.
Pero, si deseamos que nuestras ideas sean eficaces, hemos de poder dispararlas. Hemos de ponerlas en acción. Y el abejorro del cielo despierta a otro abejorro en nuestro espíritu. Esta mañana había un zumbido en el “Times”… una voz de mujer que decía: “A las mujeres no se les deja decir ni una palabra en la política”. En el Gobierno no hay ninguna mujer; tampoco las hay en ningún puesto de responsabilidad. Todos los creadores de ideas que se hallan en condiciones de llevarlas a la práctica, son hombres. Pensar en esto nos desanima; con ello se fomenta la irresponsabilidad. ¿No es preferible hundir la cabeza en la almohada, taponarse los oídos e interrumpir esa actividad mental, puesto que es tan estéril? No, no podemos interrumpirla, porque existen otras mesas, aparte de las mesas oficiales y de las que reúnen a su alrededor las grandes conferencias. Si cesamos de pensar “privadamente”, si dejamos de pensar junto a la mesa del té, porque pueda parecernos inútil tal actividad de nuestro pensamiento, ¿no habremos dejado con ello al joven inglés sin un arma que puede serle muy valiosa? “No dejaré de luchar mentalmente”, escribió Blake. La lucha mental significa pensar contra corriente, no a favor de ella.
Esta corriente fluye con fuerza impetuosa. Brota torrencialmente de los altavoces y de los políticos. Cada día nos dicen que somos un pueblo libre que lucha en defensa de la libertad. Ese torbellino, esa impetuosa corriente, es lo que ha levantado al joven aviador hasta ese cielo, y la fuerza de la corriente lo mantiene ahí girando entre las nubes. Aquí abajo, con un tejado para cubrirnos y una careta antigás a mano, es nuestra obligación coser las bolsas de las caretas y descubrir semillas de verdades. No es cierto que seamos libres. Tanto nosotras como él somos esta noche unos prisioneros. Él, encerrado en su aparato con una ametralladora al alcance de su mano; nosotras, tendidas en la obscuridad con una careta antigás al alcance de la mano. Si fuéramos libres, estaríamos ahí fuera, al aire libre, o bailando, o en el teatro o asomadas a la ventana, charlando. ¿Quién nos impide hacerlo? “¡Hitler!”, gritan todos los altavoces a la vez. ¿Quién es Hitler? ¿Qué significa? Agresión, tiranía, desatentado afán de poder, nos replican. Destruid esto, y seréis libres.
El zumbido de los aeroplanos es ahora como si aserrasen una rama ahí encima. Gira, y gira, aserrando sin cesar la rama sobre esta casa. Otro sonido se abre paso en nuestro cerebro, también con ruido de sierra: “Mujeres de grandes aptitudes se hallan inmovilizadas a causa del hitlerismo subconsciente que existe en el corazón de los hombres”. Esto lo decía Lady Astor en el “Times” esta mañana. Desde luego, estamos inmovilizadas. Esta noche somos tan prisioneros los ingleses es sus aviones como las inglesas en nuestras camas. Pero si ellos se detienen un rato a pensar, los matarán; y nosotras también. Por eso, más vale que pensemos nostras por ellos. Tratemos de sacar a lo consciente ese hitlerismo subconsciente por cuya culpa estamos inmovilizadas. Es el afán de agresión, el deseo de dominar y de esclavizar. Hasta en la obscuridad podemos verlo ahora. Podemos ver los escaparates deslumbrantes; y las mujeres, mirando los escaparates; unas mujeres pintadas, llamativamente vestidas, mujeres con labios carmesíes y uñas también carmesíes. Son esclavas que intentan esclavizar. Si pudiéramos librarnos de nuestra esclavitud, libraríamos a los hombres de la tiranía. Los tiranos nacen de los esclavos.
Cae una bomba. Retiemblan todas las ventanas. Los cañones antiaéreos entran en actividad. Allá arriba, en la colina, se esconden los cañones bajo una red recubierta con jirones de tela verde y marrón para imitar las tonalidades de las hojas otoñales. Todos los cañones disparan a la vez. La radio nos dirá, a las nueve: “Cuarenta y cuatro aviones enemigos fueron derribados durante la noche pasada, diez de ellos por fuego antiaéreo”. Y una de las consecuencias de la paz, nos dicen los altavoces, será el desarme. No habrá más cañones, no habrá Ejército, ni Marina, ni Aviación en lo futuro. No se entrenará a los jóvenes para que sepan luchar. Todo esto despierta en nuestra mente a otro abejorro, otra cita: “Luchar contra un enemigo importante, ganar honor y gloria imperecederos disparando contra extranjeros, volver al hogar con mi pecho cubierto de medallas, esta era mi máxima ambición…A esto habían tendido mi educación, mi entrenamiento, mi vida entera…”
Son palabras de un joven inglés que luchó en la guerra pasada. Después de leerlas ¿creen sinceramente los pensadores corrientes que les bastará con escribir la palabra “Desarme” en una hoja de papel cuando se hallen reunidos alrededor de una mesa de conferencias? Puede desaparecer la ocupación de Otelo, pero Otelo quedará. No sólo conducen a ese joven aviador que lucha ahí arriba las palabras de los altavoces; lo mueven también sus voces interiores: antiguos instintos, instintos fomentados y mimados por la educación y la tradición. ¿Pueden recriminársele estos instintos? ¿Podríamos extirpar, por ejemplo, el instinto maternal por las órdenes de un conferencia de políticos? Supongamos que una de las cláusulas de la paz fuese: “Sólo podrán tener hijos un limitadísimo número de mujeres especialmente seleccionadas”. ¿Os someteríais? ¿No diríamos: “El instinto maternal es lo que glorifica a la mujer. A esto ha tendido mi educación, mi vida entera…”? Pero si fuera necesario, en bien de humanidad, por la paz del mundo, que se restringiera la procreación, que se ahogara el instinto maternal, las mujeres lo intentaríamos. Los hombres las ayudarían en este propósito.
Una labor parecida debe formar parte de nuestra lucha por la libertad. Debemos ayudar a los jóvenes ingleses a desarraigar de ellos su amor por las medallas y las condecoraciones. Debemos crear actividades más honrosas para los que deseen apagar en ellos su instinto de lucha, su hitlerismo subconsciente. Debemos compensarle al hombre la pérdida de su ametralladora.
Ha aumentado el ruido de la sierra ahí encima. Todos los reflectores se yerguen. Señalan un lugar precisamente sobre este tejado. En cualquier momento puede caer una bomba en esta misma habitación. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… pasan los segundos. No cayó la bomba. Pero, durante esos segundos de angustia, se ha paralizado el pensamiento. Ha cesado todo sentir, a no ser la sensación de un terror indefinible. Un clavo fijaba el ser entero a una dura tabla. Así pues, la emoción del miedo y del odio resulta estéril, infecunda. En cuanto pasa el miedo, revive la mente y trata de crear. Pero como la habitación está a oscuras, sólo puede crear con la memoria. Y recuerda otros agostos – en Bayreuth, oyendo a Wagner; en Roma, paseando por la Campagna; en Londres. Retornan voces amigas. Resurgen fragmentos de poesía. Cada uno de estos pensamientos, aun sin salir de la memoria han resultado más positivos, vivificantes, saludables y creadores que el turbio sentimiento de miedo y odio. Por tanto, si podemos compensar al joven por la pérdida de su gloria y de su ametralladora, tenemos que proporcionarle sentimientos creadores. Debemos crear la felicidad. Hemos de librarnos de la máquina. Tenemos que sacarlo de su cárcel. Pero, ¿qué objeto tiene liberar al joven inglés si el joven alemán y el joven italiano siguen siendo esclavos?
Los reflectores han localizado ya al avión. Desde esta ventana puede verse un pequeño insecto de plata que gira y se retuerce en el aire. Los cañones siguen con su “pop, pop, pop”. Luego se van callando. Posiblemente, el avión cayó detrás de la colina. El otro día, un piloto alemán logró aterrizar, ileso, en un campo cerca de aquí. Dijo a sus capturadores, en bastante buen inglés: “¡Cómo me alegro de que haya terminado la lucha!” Entonces, un inglés le dio un cigarrillo y una inglesa le preparó una taza de té. Esto parece demostrar que, si se libera al hombre de la máquina, la semilla no cae en suelo de roca. Puede ser fructífera esta semilla.
Por fin, todo el cañoneo cesó y todos los reflectores se apagaron. Vuelve la oscuridad normal de una noche de verano. Se oyen de nuevo los sonidos del campo. Una manzana cae al suelo. Un búho va chillando de árbol en árbol.”
(DESTINO. Número dedicado a la Fiesta del Libro. B. 21 de abril de 1945. Nº 405).