Haruki Murakami.
Tusquets Editores. Colección Andanzas nº 649. Barcelona.
Febrero 2008. 1ª edición.
Traductora: Lourdes Porta.
ISBN: 978-84-8383-047-5
Rústica. 22,5 x 15. 386 páginas.
Murakami siempre me sorprende. Desde su primer libro que leí, “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo” hasta esta serie de veinticuatro cuentos, pasando por Tokio Blues. Norwegian Wood. (Sí, ya sé que me quedan algunas muy importantes como “Sputnik, mi amor”,” Al sur de la frontera, al oeste del sol”, “La caza del carnero salvaje” o “Kafka en la orilla” – ¡qué bellos títulos! - , pero nadie es perfecto, aunque algunas de ellas las tengo esperando en la zona de “leíbles”).
El autor: Según sus críticos, Murakami empezó tarde en la literatura (él mismo comenta que viendo un partido de beisbol decidió escribir), pero nunca es tarde si la dicha es buena. Amante casi obsesivo del jazz (lo comprendo), su afición a este género musical le hace plasmar en sus novelas numerosas referencias al tema. Es normal, claro.
Admirado por unos, vilipendiado por otros, cualquier persona que sobresale en alguna de las artes deberá enfrentarse a esa contradicción. El caso es no hacer caso (redundancia) de ello.
La obra: Veinticuatro cuentos. En un programa literario, hablando de esta obra, uno de los participantes resumía su crítica, antela aquiescencia del director de éste, diciendo algo así como “24 misterios que hay que desentrañar para obtener toda la sustancia de lo que Murakami escribe”. Personalmente no pienso que sea así.
Es cierto que cada relato es un misterio. En cada uno de ellos aparece un hecho inexplicable, desconcertante. Pero que nadie busque desvelarlo al final de cada historia. Los misterios están ahí como la ensalada en las comidas. Casi como un acompañamiento, la sazón que se añade, el darle buen sabor. Pero, al final, cada cuento es sólo el reflejo de una opresiva, obsesiva e inevitable, rutina diaria.
Llego a la conclusión de que, en esos relatos, Murakami expone el vivir por el vivir, sin solución. Oportunidades perdidas, paraísos soñados y nunca desvelados, escaleras que se suben peldaño a peldaño sin más, hasta llegar al último y encontrarse con que el piso superior no difiere en gran medida del inferior. (Sin valorar que es un compendio que abarca desde sus primeros cuentos – harto deficientes – hasta los últimos, perfilados y elaborados con mimo como si de un bonsái se tratara)
Pero así es el autor. Con complejidades, pero sin soluciones.
Cada cuento está estructurado con un misterio que está ahí porque sí, como cada una de esas incógnitas en las que nosotros, personajillos de a pie y no literatos, nos encontramos día a día. ¿Se resuelven? No, posiblemente; o al menos, en su mayoría. Se quedan como asignaturas pendientes, como peces enganchados a un anzuelo que no tienen más relevancia que la de extraer un ser de un medio misterioso, oculto y que desconocemos en gran medida: el océano.
Y ahí está el interés de Murakami; con su complejidad teñida de simpleza o viceversa. Mas, ¿quién es capaz de bucear en el océano?
De una u otra manera el verbo, fluido y atractivo, el ambiente, con pinceladas de ese exotismo oriental, y las situaciones, impregnadas de una filosofía que nos transciende a los occidentales, hacen de la obra un volumen que es digno de leer.
Cuando lo acabemos podremos decir “mucho rollo” o “extraordinaria”. No importa; de una u otra manera entraremos dentro de uno de los dos grupos de los que hablé anteriormente.
Personalmente, a mí me ha gustado. Bastante.
Y para mí (redundancia), con eso es suficiente.
Seguiré siendo un incondicional de su obra.
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