16 abril, 2008

ÁNGELES MASTRETTA


MARIDOS.

Ángeles Mastretta,

Editorial Seix Barral. Biblioteca Breve.
1ª edición. Noviembre 2007.
23 x 13,5. 259 pp.
ISBN 978-84-322-1245-1

La encontré por casualidad, al azar, despistada y confusa entre un montón de libros recién salidos de las prensas y expuestos en forma simuladamente anárquica encima de una mesa que era, a la vez, expositor y catafalco, principio y fin de muchas esperanzas literarias.

Allí descansaba Ángeles Mastretta. Y sin ella saberlo, sin presentirlo y en contra de mi propia voluntad me arrancó la vida haciéndome, desde ese momento, un incondicional de ella misma expresada en un desordenado alfabeto. Su feminismo suave – en aquel momento – haciendo protagonistas de una vida a la esposa de un General, cautivó mi interés.

Quizás incluso me enamoré de ella, o de la protagonista de aquella novela que se abrió en mis manos hace ya veinte años.

Pero los amores no son correspondidos por quien ignora tu vida.

Y, al paso del tiempo, como en un hechizo, sucumbí al mal de amores. Era lógico, se veía venir y, por supuesto, totalmente previsible. Con ese mal vinieron los celos. Cada vez que me encontraba con ella, olía ciertamente a García Márquez. El coronel Aureliano Buendía se me presentaba transformado en Daniel Cuenca, el amor de juventud de Emilia Saurí, una gran mujer que compagina sus dos amores en un velado triángulo amoroso que domina la protagonista. El feminismo sigue flotando en el ambiente de un México de principios del siglo XX, una época en la que ser feminista debía ser tan difícil como ahora presumir de no serlo.

La rondé y pasé, cogido de su brazo, ante mujeres de ojos grandes, rectoras de sus propias vidas y de sus decisiones, erradas o no. Yo, cohibido, evitaba mirarlas demasiado tiempo, intentando así la ilusión de evitar las murmuraciones.

En el calor del atardecer de Puebla nos dijimos nuestras confidencias, como oraciones buscando el corazón del otro. Ella, obsesionada con la vida, ansiosa de vivirla me contó sus secretos, me convenció de que la vida era para vivirla, para asombrarse con cada una de las nimiedades y contradicciones que ésta nos presentaba a diario. “En conclusión, – me dijo antes de que pudiese respirar hondo y desasirme de su hechizo – el cielo de los leones a veces es inalcanzable, cariño mío”.

Rendido, pues, a sus pies, le pedí que me dejase vivir con ella, despertar en sus sueños, oír de sus labios algunas frases hermosas.. . y entré en el clan de los Maridos.

Y en él estoy. He sido, desde entonces, veleidoso, olvidadizo, interesado, enamoradizo, consentido y consentidor, feroz y cobarde, machista y feminista,… He sido tantos hombres, casi todos prescindibles, que ya ni me acuerdo. Y ella ha sido todas las mujeres que pude uno imaginar. Fuertes, débiles, dependientes e independientes, madres, esposas y amantes, pero siempre, o casi, la columna vertebral y el eje principal de cada una de las familias que formamos y a muchas de las cuales yo abandoné.

Cuando terminé de leerme en Maridos, sentí que Ángeles se había vengado de mí en todos los hombres. Y había clamado justicia en todas las mujeres. Un poco injusto, a mi modo de ver, pero encantador, como ella es y como así me había construido en este nuevo libro que acabo de cerrar, de suspírarlo y de recoger de él, como frutas maduras, algunas de las frases más crueles y, a la vez, más bellas que pudiera oír un enamorado de labios de su amada.

Antes de dormirme miro la media naranja absurda de la portada del libro, susurro un “gracias, Ángela”, cierro los ojos y le envío tres besos en silencio de los que sólo ella ha de tener conciencia y yo… poca ciencia.

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