06 noviembre, 2008
CARSON McCULLERS.
EL ALIENTO DEL CIELO.
Carson McCullers.
Editorial Seix Barral. Biblioteca Formentor.
Prólogo de Rodrigo Fresán.
Traducción José Luis López Muñoz y María Campuzano.
ISBN 978-84-322-2820-9.
Primera edición: Septiembre 2007.
540 pp.
Tropecé con Carson McCullers tras leer a William Faulkner.
Ciertos críticos han establecido una “escuela sureña” a la sombra de este autor. Y entre sus representantes más nombrados, Katherine Anne Porter, Flannery O`Connor, Eudora Welty y Carson McCullers.
Posiblemente sea cierto, pero también lo es que los estilos y las temáticas de cada una de ellas difiere de las de las otras en lo suficiente como para establecer identidades muy distintas y creo que, con más razón, no generalizar en “escuelas”.
Irrumpí en ella, como ella en la novela, de la mano de “El corazón es un cazador solitario”. Ni que decir tiene que me encantó.
Por eso, cuando encontré “El aliento del cielo” no esperé a que nadie me lo regalase. Y menos aún a que una benéfica editorial se dignase mirar en un listín telefónico y, por azar, me designase a mí como lector y crítico aficionado de su obra recién publicada.
Y no me arrepiento, porque este libro me ha deparado numerosos momentos de placer literario. Creo que es imprescindible para conocer a su autora.
Se recogen en él todos sus cuentos (diecinueve), aunque el prologuista nos advierte de que falta uno, que todos los editores han considerado siempre totalmente prescindible (“The long March”) y completan el volumen sus tres novelas cortas (Reflejos en un ojo dorado, La balada del café triste y Frankie y la boda).
El libro no tiene desperdicio.
Habrá quien diga que son cuentos sin sustancia, que no llevan mensaje, que no nos ofrecen una moralina y que la trama es, a menudo, inconsistente. Puede ser cierto desde su óptica.
Pero yo, al leerlos, he disfrutado con las descripciones de paisajes, la indefinible y, sin embargo, excelente definición de las personalidades de sus protagonistas, la minuciosa y sensible intensidad de los momentos narrados, el color y el calor del sur, la miseria y el aburrimiento de la vida sacrificada a nada, los sueños venidos a menos de los actores de esos pequeños dramas que inundan la novela y que hacen, de su lectura, una experiencia inolvidable.
En resumen, un libro hermoso y que merece la pena leer.
Carson McCullers (1917 – 1967) que vive, como muchos genios de la literatura, una vida atormentada entre la enfermedad que arrastrará toda su vida y unas relaciones sentimentales tormentosas a las que se añade una sexualidad “bipolar” tan intuida al principio como declarada más tarde, busca como defensa, refugio o pura supervivencia, la literatura. Juega o lucha, pues, con la enfermedad, con las decepciones y con el alcohol. Y de este cóctel explosivo surge una gran narradora de lo cotidiano, de la miseria de las clases desfavorecidas, de la infancia, de los sueños y de las tardes calurosas en el sur, salpicadas de cafés oscuros y de personas a las que desnuda y de las que nos enseña el misterio que a todas mantiene vivas y que no es nada más que el amor. Amor a la tierra, a la casa solitaria que se levanta en una colina, a la familia, a las personas repletas de contradicciones e imperfectas física o anímicamente, a los viajes de quienes nunca han podido mirar más allá de un campo de maíz o de la calle principal y polvorienta de un pueblo destartalado. Todas estas cosas, de forma suave, sin saltos y a veces casi con monotonía, es lo que Lula nos muestra.
Pero con tanta calidad, que ella misma no se priva en proclamar en cierta ocasión:
“Yo tengo más que decir que Hemingway, y Dios sabe que lo he dicho mejor que Faulkner”.
Y no miente cuando se autocalifica de este modo zahiriendo, de paso, a los grandes de la literatura norteamericana.
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